lunes, 17 de enero de 2011

Más allá de la vida


A Clint Eastwood siempre le interesó indagar por los territorios de lo espectral y lo fantasmagórico.

Aunque ninguna de sus películas aborda de modo directo un motivo fantástico o sobrenatural, su obra está llena de personajes y situaciones que nos exponen no sólo al gran tema de la muerte –que recorre todo su cine, desde “Obsesión mortal” hasta “Río Místico” y “Million Dollar Baby”- sino a la experiencia íntima de una identidad que se extingue, se disuelve, se transforma o vuelve a la vida.

Así, son expresiones del más allá, cartas del pasado, las que evocan el romance de “Los puentes de Madison”. “El jinete pálido” es una figura fantasmal que llega de ninguna parte para ajustar cuentas del presente. El protagonista de “Los imperdonables” aparece como un sobreviviente de otros tiempos al que vemos transformarse en ángel exterminador, y en “Cartas desde Iwo Jima” el género bélico parece mutar en una versión singular del drama de fantasmas tradicional del cine japonés, con sus imágenes de guerreros tomados por la muerte y de apariencias espectrales.

El asunto central de “Más allá de la vida” es el de la creencia en una realidad sensible posterior a la muerte. El relato se articula en torno de tres historias paralelas que encuentran una resolución conjunta: la del síquico Matt Damon que busca rehacer su vida apartado del don de comunicarse con los muertos; la de la periodista francesa (Cécile de France), sobreviviente de un tsunami en el Asia, que investiga sobre las experiencias con el “más allá”, y la del niño londinense que no supera el duelo por la muerte de su hermano gemelo.

Lo más atractivo de esta película es la soberana indiferencia que muestra Eastwood por los poderes ominosos de la imaginería sobrenatural. Lejos, muy lejos, de su intención está el exaltar una visión mística, mágica, celebratoria o en clave “new age” de lo que ocurre después de la muerte. Lo verdaderamente siniestro no está en las luminosas imágenes digitales que dan cuenta del paso al más allá y que lucen como escorias, agregados indeseados, lugares comunes del género. Por el contrario, lo inquietante impregna las escenas más “realistas”, los momentos cotidianos, las escenas en penumbra, las simas del relato, los prolongados silencios, los costados menos espectaculares de la acción, las trayectorias desganadas de los personajes, sus gestos de depresión, hartazgo, angustia.

Lo perturbador lo encontramos, por ejemplo, en dos notables escenas: la del diálogo que mantiene Matt Damon con el “espíritu” de la esposa del amigo de su hermano y la del rechazo a la madre que le pide una comunicación con su hija. Ahí está lo mejor del cine de Eastwood: un personaje que se define por sus actos encarnados en la pesadez del cuerpo del actor, de gestos cansinos y expresión desconcertada o abrumada (es una de las mejores actuaciones de Damon); un entorno que se llena de sentido gracias a la rigurosa disposición de sombras en el encuadre; una arquitectura filmada en claroscuro; un ritmo que se pliega a la necesidad de lo que expone, de una tensión y gravedad decisivas.

Lo mismo ocurre en algunas de las secuencias de la trayectoria del niño, como su visita a los síquicos farsantes y a la estación del metro. En este filme sobre la comunicación paranormal nada hay exaltante en los encuentros con el más allá. Tampoco hay nada que incite a la conmoción, el sacudón o la sorpresa. Eastwood conduce el relato con una tristeza serena, con la congoja del que sabe que la apelación a lo sobrenatural sólo se justifica por un duelo no resuelto o por un sentimiento insoportable de luto.

Los momentos fuertes de “Más allá de la vida” se concentran en las acciones de los personajes de Damon y el niño. La cinta flaquea, en cambio, cuando se desplaza a Francia para acompañar a la periodista en su investigación. Ese personaje resulta artificial, didáctico, explicativo, frágil en su diseño, fabricado por un guion que pretende ilustrar al espectador sobre el “tema” de la película. Esa línea del relato afecta al conjunto de la película y sobre todo a su resolución, el encuentro en la feria del libro, un remate más bien simplón.

“Más allá de la vida” es una película extraña, desequilibrada, irregular, hasta cierto punto fallida, pero atractiva: sin duda, un filme mediano de Eastwood resulta mejor que el noventa por ciento de las películas que pasan por la cartelera.
Ricardo Bedoya

3 comentarios:

Martín Peña dijo...

Eastwood es un grande y hasta sus películas menos buenas son apasionantes. Estoy de acuerdo.

Mario Salazar dijo...

Eastwood es un referente de un tipo de cine americano de alto estándar pero que no se aleja de lo que quieren los norteamericanos cercanía con la población, copia la efectividad del cine hollywoodense imprimiéndole su toque, suele ser un buen narrador de historias con un aire de cotidianidad, calmado y centrándose en ciertos puntos explicados didácticamente. Tiene muchas virtudes, por eso coincido en que Eastwood siempre es rescatable aún en sus obras no tan logradas, ahora veo la relación con la muerte pero siendo un director que aborda los temas centrales que circundan a la gente, el amor, la venganza, la injusticia, la lealtad entre tantos, aborda al ser humano, se centra en lo que los identifica. Como buen cineasta define a su personajes sin ser simplista pero cercano. Un abrazo.

PD: Escribiré sobre la película antes de terminar la semana, para quienes quieran leerme.

Mario Salazar dijo...

Para el que quiera leer ya puse mi reseña sobre ésta película. Saludos.